Última aventura en el retail
Dicen que de las buenas experiencias, de los éxitos, se aprende, pero que se aprende mucho más de las malas experiencias, de los fracasos.
Hace algo más de un año, en mi anterior etapa laboral por cuenta ajena, me despidieron «en periodo de prueba». Un periodo de prueba que no venía especificado en el contrato, incluso que contaba con un reconocimiento de dos años de antigüedad, pero esa es otra película. Esto desencadenó una serie de momentos en mi vida que quiero recopilar en este post. Con la objetividad que da la distancia en el tiempo, empecemos por el principio…
Consultoría previa
Estaba yo teletrabajando para elEconomista cuando me ofrecieron participar en una consultoría de UX para un ecommerce de retail, del sector calzado, que venía de problemas durante la pandemia y quería enfocarse en el negocio online (entre otras cosas). Por supuesto, cuando trabajo por cuenta ajena y compagino con mi trabajo como autónomo, selecciono mucho en qué proyectos participo. Intento no pillarme en tiempo y que sea interesante en todos los aspectos. Este proyecto lo cubría todo: solo duraría tres meses, iba a estar bien pagado, venía de un cliente con el que llevo trabajando diez años y profesionalmente me parecía muy interesante. Por eso dije que si.
Montamos un calendario de reuniones, definimos las tareas específicas del proyecto, había mucho de formación a los empleados de la empresa ya que eran perfiles de becarios sin experiencia profesional específica del mundo digital y empezamos.
Dentro del proyecto se iba a analizar el marketing digital, proveedores, el departamento de operaciones, logística, las cuentas de la empresa y, de lo que me encargaba yo de manera específica, el UX de la tienda online, funciones y capacidades del ecommerce, además de formar a su ecommerce specialist. Programamos unas sesiones de seguimiento cada quince días, reuniones con los proveedores de marketing digital, mantenimiento y desarrollo de la tienda online, etc.
La oferta
Pasaron los tres meses de consultoría, que tuvimos que extender porque el equipo, de manera interna no conseguía los hitos que marcábamos y, además, entró de lleno la campaña de navidad, y antes de cerrar el proyecto me ofrecieron incorporarme a la empresa para liderar el ecommerce dentro del departamento de marketing. La experiencia me recordaba mucho a Karacol, con todo por hacer, un equipo de gente al que formar, gestión con proveedores y la capacidad de poder enfocarme en mi área de especialización: la experiencia de usuario.
Además, lo atractivo del proyecto pasaba por trabajar a caballo entre Sevilla y Madrid. Con la idea de montar en Madrid unas oficinas de marketing, contacto con proveedores, manteniendo la operativa en Sevilla, pero todo pintaba a que se podría crear un departamento potente. Así me lo aseguró el Director General, y así tratamos de reflejarlo en el anexo al contrato. Incluso para mi, lo que era dejar un proyecto que me gustaba mucho, el de elEconomista, y en el que me encontraba muy a gusto, en la empresa se mostraron muy favorables a «blindar» mi contrato.
Antes de dar mi OK, aproveché un fin de semana para quedar con la que sería mi jefa y ver un poco el feeling con ella, comentar lo que esperaba de mi, yo de ellos, futuro del proyecto etc. Dentro de las peculiaridades del proyecto (me las podía imaginar) todo pintaba muy bien.
Así pues, cerramos los flecos, me hicieron la oferta formal, comuniqué mi salida y me preparé para mi incorporación que sería directamente en Sevilla, donde empezaba ya a trabajar de lunes a miércoles, en semanas alternas. Estamos en Marzo de 2021.
Primer madrugón y viaje a Sevilla.
Para llegar al primer AVE del lunes, tenía que despertarme sobre las 5AM. Una ducha, coger la maleta, la moto y a Atocha. Todo muy en silencio para no despertar a nadie.
En el AVE los airpods, con su cancelación de ruido, para escuchar música. Mi idea era dormir otro poco, pero los nervios por empezar en un nuevo trabajo no me dejaron. Acabé encendiendo mi portátil y poniendo en orden la información que tenía de la consultoría previa y lo que pude rescatar de mi experiencia previa como eCommerce Manager:
- Análisis heurístico
- Informe de las campañas
- Excel de eficiencia de campañas
- Excel de PnL, ROIs y seguimiento de facturación mensual
- Hoja de gastos detallada
Llegada a Sevilla, me recogió uno de los ex-propietarios y reconvertido a Director en persona, me llevó a las oficinas en un polígono en Sevilla Este y me enseñó las oficinas. También quedaron que me llevarían a comer con su hermano y actualmente Director General. Me facilitaron el equipo y el teléfono móvil corporativo y conocí a las personas que no conocía del equipo. Lo típico de un primer día en una empresa a la que te acabas de incorporar.
Por la tarde me llevaron a mi hotel en Sevilla Este, bajé a conocer la piscina, darme un paseo por los alrededores y bueno, familiarizarme con lo que parecía iba a ser mi «barrio de adopción» sevillano.
La rutina
Cuando todo es nuevo, todo mola. Me gustaba que el hotel tuviera piscina, gimnasio. El barrio era muy residencial pero tenía algún sitio interesante. Había parques, grandes avenidas… Incluso con las limitaciones de la pandemia entonces y que en Andalucía fueron especialmente duras, la experiencia no era para nada mala. Podía ser mejor, claro, pero poco a poco iría mejorando, seguro.
Y mientras, en Madrid, trabajaba en casa de mi madre, en el despacho de mi padre, con un espacio enorme. Notaba el rollo de trabajar en remoto, porque yo soy de «sentir» a la gente, de cercanía, pero como la idea era ir moviendo a Madrid la operativa, pues todo era temporal.
Así pues empezamos a definir esos gastos, seguimientos, retomé la conversación con los proveedores, me puse el objetivo de cambiar de plataforma de ecommerce que estaba en un Magento obsoleto, fui solventando las situaciones que se encontraba mi ecommerce specialist, revisando la estrategia de email marketing que además se estaba migrando de mailchimp a Klaviyo… Y con el día a día de la gestión.
Primeros inconvenientes
En mi tercer viaje me di cuenta de dos cosas. La primera la soledad que tenía en Sevilla. Obviamente los compañeros de allí hacen por integrarte. Y más en mi caso que me molestaba en conocer a todo el mundo. Me llegaron a decir que era raro porque ningún «director», o jefe, se iba a comer con ellas. El equipo de trabajo era mayoritariamente femenino y los jefes, casi todos hombres. Un clasismo un poco burdo ya en 2021. También me molesté en conocer la nave con los almacenes y a la gente que trabajaba allí. Literalmente, el responsable de esos 18000 metros cuadrados me dijo que nadie «de los de arriba» se había molestado en ir a ver cómo se trabaja allí desde hace años. Hice todo lo posible por poner contexto a la empresa, empaparme del funcionamiento, procesos, etc. Pero al final del día, yo acababa solo en una habitación de hotel sin nada que hacer. Estuve compaginando el máster de UX/UI, que terminaba a las 21h, además, lo que hacía que para cuando terminara había toque de queda.
Tampoco me gustaba el entorno de mi trabajo. En un polígono sin nada más que otras empresas. No había nada cerca. Ni siquiera estaba cerca, ni bien situado, del centro de Sevilla.
Y así empecé a plantearme internamente si me veía en unos años yendo a trabajar regularmente a Sevilla como había pensado en un principio.
También empecé a notar cierta distancia con algunos compañeros. Creo que no estar cerca de la gente de la que soy responsable me penalizó. Yo creo en los jefes que «imponen» su «autoridad» a través del conocimiento y la empatía. No creo en los que lo hacen gracias a un simple cargo. Por eso me sentía «lejos» y como que no era relevante para mi equipo.
Sin embargo, con mi jefa y con el director de IT, tenía una relación fantástica. Tanto cuando estaba allí como cuando estaba en Madrid. Confianza y confidencias que eran casi recíprocas.
El desencadenante
Primero, mi ecommerce specialist me anuncia que deja la compañía. Se va a otro proyecto que le motiva mucho más y, en buena parte lo entiendo. Lo entiendo porque ella montó todo el ecommerce. Hacía funciones de manager y había crecido en la compañía desde que se incorporó como becaria. Sin conocimientos técnicos había hecho un grandísimo trabajo. Y la empresa no le correspondió el esfuerzo con confianza. Y ese «clasismo», encima, por el que era raro que se fiaran de una chica como responsable, les llevó a ficharme a mí. Así que ella decidió buscar otro sitio donde le reconocieran su experiencia y pudiera crecer más. No es que conmigo no fuera a crecer, pero estaba quemadísima.
A esto sumamos que, de repente, la nueva propiedad, que mantenía como directores a la antigua propiedad, pone a dos directores especializados en family office como consultores. ¿Y la consultoría anterior en la que yo participé? Estaba impulsada por la anterior propiedad. Vamos, que parecía que había una pérdida de confianza en la dirección por parte de los propietarios.
El no haberme enterado de la incorporación de estas dos personas directamente me llamó la atención. Ahí empecé a estar «con la mosca detrás de la oreja» pero, por otro lado, yo hacía mi trabajo día a día y no tenía problemas con mi jefa, por lo que no terminaba de preocuparme del todo.
A todo esto, pasados unos días, me llama el cliente que me contrató para la consultoría. Le habían llamado, 3 meses después, para exigirle explicaciones sobre la consultoría realizada y ya cerrada. Y le habían llamado estos nuevos directores. En ese momento, ese cliente, que después de tanto tiempo es casi un amigo, me dijo que me andara con ojo con mi jefa y con la situación de la compañía en general.
Ahí ya si me quedé un poco mosqueado, también porque yo no había hablado aún con ellos. Pero igualmente, no entendí que hubiera ningún problema con mi trabajo.
Una incómoda «entrevista de trabajo»
Llegó el día en el que el nuevo director que llevaba la parte de Marketing quiso ver a todo el equipo. En entrevistas personales. Ciertamente yo no me preparé nada. Fallo mío. Pero es que tampoco creí necesario tener que vender mi trabajo cuando la confianza que tenía con mi jefa y las reuniones que ya había tenido ella y en las que había colaborado con material me hacían estar bastante tranquilo.
Tuvimos esa reunión y fue algo bastante hostil. Me preguntó cuál era mi formación, cómo me habían ofrecido el puesto, también sobre la consultoría, quién me había hecho la entrevista, las condiciones del contrato con quién las había negociado… Todo cortándome al segundo de responder, como si no gustaran mis respuestas. Respuestas que, por otro lado, seguro que conocía. Mi jefa, en la misma call, sin abrir la boca. Luego empezó a preguntarme por mi trabajo. Le expuse las tareas que estaba realizando a lo que el me preguntó si me parecían tareas de un ecommerce manager… Mi respuesta fue clara: Al marcharse la ecommerce specialist tuve que asumir sus tareas, básicamente las de seguimiento de manera que no me entorpeciera en mis tareas más estratégicas. La actitud desafiante siguió igual y la conversación desembocó en que mi prioridad debía ser el cambio del ecommerce, y que esa debería ser mi principal preocupación tal y como estaban las cosas. Ahí me sentí más cómodo porque es el primer proyecto que afronté y que mi jefa me había parado. Eso le respondí, con la directora de marketing que seguía callada en la call. Sin decir, ni siquiera, que efectivamente era ella la que había decidido que esa no era mi prioridad. También salió el tema de los emails, algo que, en su día, me supuso un pequeño enfrentamiento con ella y la chica que llevaba todo el email marketing. Nada importante, la verdad. Y tras un rato para mi bastante incómodo, de repente, pasó a tener un tono más amable, a decirme que ponga el foco en actualizar la plataforma y viendo prioridades de manera más específica.
Al terminar llamé a la directora de marketing. Estaba molesto con ella pero tampoco le di más vueltas y, sobretodo, quería compartir mi feeling tras la entrevista. Básicamente me dijo: «no hombre, ha ido bien, es que él es así, muy directo». No me convenció tampoco. Siempre he sido muy de sensaciones y no me quedé nada contento con todo.
Vuelta a empezar
Me tomé esa entrevista como un nuevo punto de partida. Más o menos así era. Con nuevos directores, unas prioridades de vuelta a lo que para mi era importante y que no había podido avanzar, todo parecía volver al punto de salida. Así que recuperé toda la información que tenía. Retomé el contacto con proveedores, incluso considerando Salesforce Commerce Cloud y, también empecé a trabajar en un rediseño/adaptación del diseño actual de la tienda online a una versión un poco más moderna.
Todo este trabajo lo pude presentar a la nueva dirección, también a mi jefa, y todo parecía ir sobre ruedas. Incluso me dieron la enhorabuena después de presentar por última vez el trabajo realizado. Quedé en que avanzaría con los bocetos… Y un día me llamó mi jefa diciéndome que la nueva dirección quería ver estos bocetos a la semana siguiente. Le dije que algo tendría pero que terminados al 100% no estarían. Hubo un pequeño roce, casi innecesario si lo pienso ahora, pero igual era un momento de tensión para ella y para mi, que ya quería enfocar y presentar mi trabajo bien terminado. Y aunque había trabajo que hacer, apreté aquel jueves, en la semana que estaba trabajando en Madrid y de cara a presentar en Sevilla los avances, para que hubiera una versión desktop y una versión responsive completamente interactivas, en alta definición… Y terminé el día enviando un email a mi jefa diciéndole que había conseguido avanzar mucho, y comentando lo que tenía. Tuve una respuesta seca, pero bueno, tampoco le di importancia.
Y llegó el día…
Aquella semana empezó un poco rara. Soy de los que creen que todo en la vida pasa por algo y que hay que saber interpretar las señales que recibimos, porque muchas veces nos avisan de cosas que están por pasar. Pues ese domingo, antes de irme de viaje a Sevilla mi hija mayor (entonces con cinco años), al irse a dormir se puso a llorar diciendo que quería que fuésemos una familia normal y que quería que yo estuviera en casa y no me fuera a trabajar fuera. Y eso después de cuatro meses sin haber dicho ningún día nada.
Así que esa semana ya me fui a Sevilla «jodido». Dándole vueltas a si el proyecto, yendo y viniendo, tenía futuro. Tampoco estaba cómodo ya viviendo en el hotel tres días a la semana. Es muy difícil sentirte como en casa en un hotel, aunque el hotel sea cómodo, aunque tengas una habitación mejor o peor, aunque ya te conozcan en los negocios de la zona… Lo dicho, la semana empezó rara.
Y ese lunes, que yo contaba con presentar a los directores mis avances, los directores por allí no aparecieron. El martes tampoco. Y nadie me dijo nada de montar una call. Me pareció raro, pero no tanto como para lo que pasó finalmente el miércoles.
El miércoles aparecieron los directores. Saludaron de lejos y se empezaron a reunir con unos y otros. Y también apareció la directora de RRHH, que estaba embarazada y llevaba sin ir por la empresa desde hace ya bastante tiempo.
Y la mañana transcurrió normal hasta que a las 14h me llamó la directora de RRHH.
El despido
Según iba camino de su despacho pensé «me van a despedir?», «no puede ser», y atando cabos «viene de repente hoy, nadie me ha dicho nada, me llaman a las 14h justo, mi último día en Sevilla de esta semana… ME VAN A DESPEDIR». Y efectivamente. Despido, según ellos procedente porque estoy en periodo de prueba (esto un año después todavía lo está decidiendo la justicia) y, por tanto, no tenía derecho a la indemnización legal, ni la negociada en un anexo del contrato. No firmé para demostrar mi disconformidad. Y acto seguido me fui a mi sitio a dejar mi ordenador limpio. No sé si es muy correcto, pero no pensaba dejar nada de mi trabajo a modo de «herencia». Y si lo querían que lo pidieran. Porque mi cabreo, como es lógico, era descomunal.
Con las mismas llamé a mi jefa. No era una cuestión de quejarse por quejarse. Con ella tenía confianza y esperaba otra cosa. Tampoco sé exactamente qué esperaba, quizá una «llamada al orden» previa a un despido. A lo mejor algo más en plan «offtopic» por la confianza que tenía con ella. Incluso me había ofrecido a ayudarla con cualquier gestión ya que ella estaba a caballo entre Madrid y Sevilla, pero sobretodo en Madrid debido a que estaba embarazada. La conversación fue un poco más surrealista de lo que esperaba. Me dijo que la decisión la había tomado la nueva dirección, que ellos me habían evaluado, que se había ido la ecommerce specialist y yo no estaba cumpliendo mis tareas y que como era lógico estas cosas no se avisan. Lo de avisar una vez está tomada la decisión, lo sé, lo he visto mil veces. Pero el no tratar de reconducir la situación antes de llegar a ese punto es lo que más me sorprendió.
Hablé con el Director de IT ya que yo tenía una segunda pantalla en Madrid, y le dije que le devolvía el teléfono (solo tenía el de empresa, el mío lo había dejado ya en un cajón de casa) junto con la pantalla. El Director de IT, que fue el que mejor se portó conmigo en ese momento y con el que también tenía cierta confianza, me dijo que no había problema. Recogí mis cosas, estaba listo para irme cuando me crucé con el nuevo director que me hizo la entrevista. Me dijo que si nos sentábamos, le dije que no tenía mucho sentido porque ya qué vamos a hablar si la decisión estaba tomada. Y me insistió con un «hombre, para que no te quedes así…».
Las excusas
Empezó con, si no recuerdo mal, algo así como «David, tú tienes perfil técnico, no comercial». Es un tema semántico más que otra cosa porque mi perfil es técnico, efectivamente, pero siempre oriento todo a negocio y a la venta. Dicho de otra manera, yo hago que una web funcione bien para vender. Con los parches que sean necesarios por dentro y que un perfil técnico puro no dejaría. Y sacrificando el diseño si es necesario.
Literalmente también me dijo que el departamento de marketing era el que peor estaba y que por eso él, personalmente, había tomado las riendas. Y que dentro de ese departamento no había nadie con experiencia en digital, y que por eso no me encontraba hueco.
También me dijo que con mi experiencia y mi cualificación, no tendría problema en encontrar otro trabajo. Lo cual no deja de ser irónico, el que seas un gran profesional pero no tengas hueco en un departamento de marketing que tiene entre sus responsabilidades el marketing digital, la venta online en un ecommerce y que, si no hay nadie más que tenga experiencia digital, mi perfil, que es 100% digital, con veinte años de experiencia, no tenga hueco.
Y, para terminar me sorprendió con «tampoco veo que haya feeling entre tu jefa y tu». Aquí me pasó por la cabeza todas las veces que había comido con ella, la primera vez que nos juntamos en Madrid, la confianza que creía tener y la advertencia que un mes antes me hicieron. Y directamente aluciné.
Tirado en Sevilla
Dándole vueltas al futuro y, en shock, os aseguro que en ese momento daba bastante vértigo, bajé a por mi maleta cuando de repente me llama mi jefa. ¿Querría tener alguna palabra de despedida?. No, sencillamente me llamó para decirme que tenía que dejar el teléfono en la oficina. A lo que le respondí que no tenía otro teléfono, que tenía ahí los billetes del ave, que tenía que conseguir un taxi de alguna manera y que ya había quedado con el Director de IT en que no había problema en enviar el teléfono desde Madrid. Sus palabras textuales fueron: «Ya se que has hablado con IT, he hablado con dirección y me han dicho que tienes que dejar el teléfono».
Esa actitud no se me olvidará nunca. Entonces llevé el teléfono a IT, que se quedó tan sorprendido como yo. Ni siquiera le habían preguntado. Y, siendo el único amable de todos con los que había compartido los últimos meses, tuvo el detalle de imprimirme el billete del AVE y pedirme un cabify a la estación de Santa Justa que además pagó él. Y también me acompañó hasta que llegó el cabify.
Siendo lo lógico cuando alguien se va de una empresa el que deje los medios de trabajo que le pone la empresa, como él mismo decía, dejar a alguien que no es de aquí, que tiene su casa a 500 kilómetros, que tiene que coger un AVE, que le puede pasar cualquier cosa, es increíble. Pero bueno, así fueron las cosas, y me hicieron sentir como si fuera algo así como un delincuente. Como si fuera a vengarme de alguna manera. Lo estoy recordando ahora y me produce entre pena e indignación.
Conclusión y qué pasó después
Como decía antes, todo pasa por algo. En lo que respecta a la familia me quité un peso de encima. Ser un «padre ausente» me pesó desde el comentario que me hizo mi hija. También, en lo más personal, dejar de sentir que estaba «tirado» en Sevilla, aunque seguro que era algo que conseguiría revertir a la larga, me produjo cierto alivio. Así que en lo emocional ganaba.
¿Incertidumbres? Muchas. Lo económico siempre asusta de primeras. Y más con responsabilidades (hipoteca, hijos…). En lo profesional, también.
Algunas de las cosas que me han rondado la cabeza intentando entender los «por qués» de la decisión son:
- ¿No super hacer bien mi trabajo? ¿No estaba cualificado para la posición?
Con esta idea estuve cerca de sufrir el síndrome del impostor. Me sentí que no iba a poder encontrar trabajo porque había estado «siendo un impostor». Puse en duda mi experiencia, todo el conocimiento adquirido… Por suerte conseguí alejarme de estos pensamientos reescribiendo mi CV, rehaciendo esta web personal y aclarando qué quería hacer exactamente con mi futuro profesional. Una especie de reinvención que no fue fácil para alguien de 44 años, con una formación no especializada como la que buscan ahora las empresas. - Mi jefa se portó mal
Creo por una parte que no lo hizo bien ella directamente, pero por otra entiendo la presión y el mensaje que le pudo llegar. Además de la coyuntura. También que las cosas podrían haber sido diferentes, obviamente, e igual esperaba de mi otra cosa. Pero cuando dejas hechas determinadas cosas, trabajas con ella en la definición de gastos, cómo presentar datos y sabes que ella las ha utilizado de cara a dirección, pues no sienta tampoco muy bien. - Era el más fácil, y barato, de despedir
En un departamento donde la jefa tiene uno de los sueldos más elevados, con una antigüedad importante y está embarazada, por otro lado está una hija del dueño de la empresa y el resto son becarias. Mi sueldo tampoco era pequeño, la verdad, contando además que en mi contrato figuraba la manutención completa en Sevilla, el compromiso de montar unas oficinas en Madrid y una tabla con un bonus en base a ventas. Todo esto cuando la empresa no está económicamente bien precisamente. Creo que si, que un factor importante para decidir mi despido pudo ser la viabilidad económica en situación de crisis de la empresa. Y si este fue el motivo solo puedo quejarme del trato que me dieron. - Estrategia offline y no online
A pesar de que el mensaje que me dieron fue «una tienda online se paga sola, vamos a invertir», la realidad es que todas las acciones que tomaron fueron para relanzar las tiendas físicas de la marca. Y también es cierto que el crecimiento necesario para que la tienda online sostuviera el negocio tenía que ser enorme, algo que yo ya dije en su día, los cierres de las tiendas físicas lastrarían a la marca y a la venta online. Porque lo que se deja de vender en una tienda física, acaba en otra tienda de la competencia por el tipo de usuario de la marca (precios asequibles, poca fidelidad…) y no repercute directamente en la venta online. Por esa parte entiendo que decidiesen acotar el gasto que suponía la parte online. De hecho, a día de hoy, todavía no me han sustituido con otra persona.
Y, en la parte positiva, decir que pasé un verano como hacía muchos años que no pasaba. En familia, disfrutando de ese momento en el que estaban mis hijos, muy divertidos, desconectadísimo. También aprendí algo de todos los aspectos legales que hay que revisar cuando firmamos un contrato, de cara a tener tus derechos cubiertos. Por otro lado, me ayudó a replantearme qué quería hacer con mi carrera profesional, poner todo en perspectiva. Y, no menos importante, valorar más la experiencia de empleado, algo que en mi puesto actual en AT Sistemas estoy más que contento, pasando del politiqueo para crecer en responsabilidades, sino desarrollando un trabajo visible y con el que te sientes cómodo, conciliando y que te lo reconozcan.
Espero que esta experiencia, contada con cierta perspectiva, aunque tratando de detallar sin señalar a nadie, pueda servir a quienquiera que esté en una situación complicada después de verse despedido injustamente, y acabe por aquí y aguante el tiempo que lleva leerla. Hay salida, hay luz al final del túnel. Solo tenemos que parar un momento, coger aire, reflexionar y empezar a caminar en la dirección que sabemos que está nuestra salida.